Wonderful (podría decir)

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En la buhardilla, al lado de la terraza de los puros, podríamos discutir un día de estos si Peter Green sí o no, o el padre de Domingo Ortega, o si la foto grande o dos medianas, o si corcho dentro o fuera. Podríamos. Porque deberíamos saber que el Fleetwood de antes es más, mucho más. O no, o sí... lo que no hay duda es que esa cara y esos huesos son únicos.
En la calle de invierno, con los cristales empañados por el frío, podría señalarte y decirte que eras justo lo que quería. Justo. Y la conexión y esas cosas. También podría, y lo hago. Con el amor que quema.
En los Roland podría pensar que el blues suena a carraspera, y a bourbon... y a ceniza, y a callejón, y a tugurio, y a placer. Y a pureza, y a recovecos y a amigos... Podría. Podría seguir pensando que, además, todo lo demás vino de ahí.
También con ellos calados, con la luz apagada, podría decir que un teclado y una armónica, y enciende otro... y el resto da igual. Podría decirlo, y seguro que alguien me secundaría, con burbujas en la sangre... muchas burbujas, mucha sangre, mucho primario, mucho de todo.
En mi mesa de oficina, en las paredes blancas, en las nubes sobre Venecia podría pensar que todo lo que veo debería ser pasado por el tamiz del rocanrol, y así que deje de ser la nada más absoluta. Eso seguro. Y que se tiene que acabar ya todo esto. Y que se va a acabar.
En una mañana de sábanas arrugadas y vacío a la derecha podría pensar en los parasiempres, en el oro en los asientos de mi coche, que se me enreda en los dedos. También en la vela judía del Trastévere, en lunas, medialunas y sueños. Y en Chile. Y en ti allí, con los bolsillos del pantalón llenos de todo.
En la Calle Huertas podría pensar en la mesa 22, en la barra, en una botella vacía, o dos, en trios de ases, o fulls de sepionet y tónica, en un coche derrapando al amanecer, en un edredón y cien años de Van Morrison.
En el séptimo B recordaría a Carver, y el olor de la parilla y las sardinas, y el de la arena sin alfombrillas, y el disco de Wilco tras la puerta de la cocina, y al dinámico, y las listas, y las ensaladas, y sabría que siempre llueve en Belfast. Y luego saldría a la calle, al frío de esa orilla de la castellana para, después, hablar del Kursaal, de Waits, del impala blanco que llega al mar, se da la vuelta y se aprieta unas croquetas con ginebra seca. Mientras el camión de basura se lleva el pasado, localizaré Vanuatu en un mapa. Luego habrá que salir, huyendo, rápido.

Sin embargo ahora, en un atasco, pienso que cómo se puede tener tanta suerte.


"Would you love me, would you love me tomorrow
Like you say you love me now
When the flames of our flesh have stopped burning
And the fire of our love has cooled down "


Tarde para arrepentirse (ó la 1:58)

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Hay veces que, de noche, la luz se deforma y se extiende, se alarga, se mueve. Cuando tenía catorce años y una noche me pasó esto pensé que necesitaba unas gafas, efectivamente... así fue. Mi madre me miraba con cara de trabajo mal hecho.
Más cristales.

Hay veces que es demasiado tarde para pararlo.

En este concierto al león le pasó lo mismo, las luces se convertían en aspas, en puntos y en rayas que giraban. No sé si porque era fácil que se te humedecieran los ojos (entonces la cosa cambia) o porque el fotógrafo eligió erróneamente las lentes. Quizá no sea por nada y sólamente sean los años. No lo sé.

No hace falta saberlo, con intuir que algo pasa es suficiente.

Nadie limpió ventanas ese año, nadie se había dado cuenta de que también las ventanas son cristales y que lo que vemos depende de ellas. Sencillo pero vital. Y eso que en Belfast llovió como nunca en el verano del 73, y los cristales se llenaron de luces de colores, se llenaron de voz ahogada de whisky, de ceniza, de gritos, de mística perdida, de gargantas destrozadas. David bowie jugaba con Ziggy al otro lado del charco y Page mordía las cuerdas en el Jardín de Madison, donde las estrellas jugaban a las luces doradas y creyeron ser lo que eran.

Y entonces aparece la niebla anclada en el asfalto esta mañana, una mañana con el cerebro empastado. Estaba aturdido porque alguien quiere mancillar la imagen de Atatürk, o porque esta noche he dado cienmil vueltas en la cama, o porque había algo que me faltaba (¿una tormenta?)... la niebla tirada en el suelo porque ella tampoco podía levantarse.
Y un coche en la puerta se subía las solapas del abrigo, solapas rusas, y justo detrás una nube de vapor, y la rejilla de una alcantarilla, y la ciudad invadida, y la misma carretera, y la puerta de embarque vacía en el punto en que los amaneceres cobran sentido, y el sentido a todo en el número 83.
Ellos habían prometido no separarse nunca, el sentido y los amaneceres, digo.

Y en la espera silenciosa aparece "Here comes the night". Empieza tímida, ella, la misma noche que vuelve con los vaqueros, la chaqueta y la camisa, la misma de ayer pero viniendo de nuevo. Todo para que se ponga a llover de pronto, seguro que Morrison está aclarando la voz, y el limpiaparabrisas es un místico, un místico entre el escalofrío y el placer.

Y es que esta imagen es una voz, y esa voz es un submundo, y ese submundo es una época, y esa época da sentido, y ese sentido es la voz. Y entonces no es fácil saber donde empieza una cosa y donde acaba la anterior.

Lo que está claro es que solo podía ser así.
Y que es tarde para pararlo...

"And when that fog horn blows
I will be coming home.
And when that fog horn blows
I want to hear itI dont have to fear it,
I want to rock your gipsy soul
Just like way back in the days of old
Then magnificently we will float into the mystic..."